Y mi madre, siempre bien vestida pese a que no habría mucho dinero en la casa de un perdedor de la guerra —no lo había—, mejor vestida que mi padre porque aún tenía su propio padre que la vestía, mi abuelo, menuda y risueña y mirando al marido a veces con pena, mirándome a mí siempre con entusiasmo, tampoco hay muchas más miradas así más tarde, según se crece.