edad avanzada, de unos noventa años, o más. La escena parecía como un espejo del tiempo, a un lado, un joven fuerte y apuesto, y al otro, un hombre desgastado por la vida. De repente el joven miró más de cerca y vio que el anciano se quedó con su cabeza inclinada mirando sus manos fijamente. Tras la evidente sorpresa del joven, el anciano le compartió:
—“Toma tiempo llegar a pensar en las manos que tienes y cómo te han servido todos estos años. Mis manos, aunque estén arrugadas, débiles y cansadas, han sido mi herramienta toda una vida, me han ayudado a salir adelante. Al caer, ellas sostuvieron mi cuerpo, pusieron comida en mi boca y ropa en mi cuerpo. Cuando niño, mi madre me enseñó a unir estas manos en oración y a usarlas para amarrar mis zapatos. Estas manos limpiaron las lágrimas de todos mis hijos y acariciaron el rostro del amor de mi vida. En estas manos entre