Maestro Troilo II
—Maestro —preguntó el alumno—, ¿cómo debo escuchar su música?
—En silencio, querido alumno. En silencio…
—Maestro —preguntó el alumno—, ¿por qué ha cambiado usted tan a menudo, en vez de aferrarse al éxito?
—La prudencia, querido alumno, es una solterona fea y rica cortejada por la incapacidad.
—Maestro —preguntó el alumno—, ¿por qué cada uno de sus discos refleja su tiempo y, a la vez, parece imperecedero?
—Sucede, querido alumno, que la eternidad está enamorada de los frutos de cada momento.
—Maestro —preguntó el alumno—, ¿por qué sus tangos son tristes, pero no caen en la tristeza a veces artificiosa o exagerada de ciertos tangos?
—Muy simple, querido alumno. He descubierto que el exceso de tristeza es risa y que el exceso de alegría es llanto.
–Maestro —preguntó el alumno—, ¿por qué ha sido un tanto infiel cuando ha adaptado composiciones ajenas?
–Con esto de las versiones, querido alumno, ocurre lo que algunos machistas dicen de las mujeres: las muy fieles suelen ser feas, las infieles suelen ser las más hermosas.
—Maestro —preguntó el alumno—, ¿por qué sus hallazgos, sus innovaciones, sus novedades parecen tan sencillas y accesibles?
—Yo diría, querido alumno, que todos los alimentos saludables se recogen sin red ni trampas.
—Maestro —preguntó el alumno—, ¿por qué a los músicos les gusta contemplar el cielo?
—Porque nos gustan las nubes, querido alumno. Nos gustan y nos hacen pensar en la música: es fascinante que unos pocos elementos arrojen resultados tan variados.