, Astrid, cuánto tiempo sin vernos.
El Espantapájaros estaba a mi lado, apoyando suavemente su mano rasposa en mi espalda. Había estado tan distraída deseando la muerte de Dorothy que no le había visto acercarse. Me cogió una copa de champán de la bandeja, pero no se la bebió. Me pregunté si, en el caso de que lo hiciera, el líquido le atravesaría el cuerpo y lo empaparía.
—¿No son un horror estas pequeñas reuniones? —me preguntó distraídamente, siguiendo con sus ojos de botón a un par de munchkins que bailaban desenfrenadamente—. Un derroche de recursos tremendo.
No quise mirarle a la cara, sabiendo lo que le había hecho a Maude y ahora a Jellia, para que no me viera la rabia y la indignación en los ojos. Bajé la mirada al suelo, esperando dar la impresión de que lo hacía por pudor.
—Yo creo que la fiesta es preciosa —dije con los dientes apretados.
—Sí, claro, cómo no —murmuró—. Espero reanudar pronto nuestros encuentros nocturnos, querida. No veo la hora.
Contuve un escalofrío.
—Tengo que irme —dije y, antes de que pudiera responder, levanté la bandeja y me puse a circular por la fiesta.