El destino esperaba allí:
“—Bing…, es mi hermana y está muriéndose. En su lecho escribió esta carta, cuyo contenido su hija desconoce. Me pide, en su última hora, que la ampare. Si responsabilidad es para ti tenerla en nuestra casa, mayor responsabilidad es para tu conciencia saberla lejos y sola… Una mujer joven y sola… Ya sabes, Bing.
—Sí —rezongó Bing—; pero tengo tres hijos varones que no son santos, y una muchacha ahora en este hogar sería como una revolución. Además…, ¿conocemos acaso las costumbres de Mildred? Una muchacha americana en un hogar como éste… —se pasó una mano por la frente—. Laura… ¿no podemos ayudarla sin que sea preciso traerla a casa?”