Hay días en que despierto convencido de que cualquier acto realizado en mi vida no ha sido producto de la voluntad, sino de la predeterminación. Si el libre albedrío ha intervenido, lo hizo de manera menguada. ¿He sido entonces una figura intercambiable, cuyos deseos, proyectos, sueños, iniciativas no surgían de mí sino me eran impuestos desde el exterior? ¿Soy acaso una marioneta manejada por algún desconocido? ¡Sí, lo eres! ¿Y eso que daba yo en llamar «mi voluntad» no me alcanza sino para elegir uno de los varios platillos que ofrece la carta de un restaurante? ¡Sí, para eso! ¿Pedir un plato de mariscos en vez de carne, preferir los espárragos del tiempo a las setas?, ¿tan sólo a eso llegan mis posibilidades de elección, los alcances de mi albedrío? ¡Sí, has entendido bien!