—¿Puedes oírme? Quiero que sepas una cosa —dijo. Su voz era ronca y pastosa y sonaba muy muy lejana, pero llena de urgencia—. Te quiero, Layla. ¿Me oyes? Te he querido desde el primer momento que oí tu voz y voy a seguir queriéndote. Pase lo que pase. Te quiero.