También era tarea suya ponerme crema en la espalda para protegerme del sol. En las partes que yo alcanzaba me la ponía yo misma. Éstas nunca se quemaron. En cambio la espalda, área de responsabilidad de mi padre, estaba siempre quemada. Cuando por las noches trataba de mirármela en el espejo, podía comprobar que papá había obrado con gran negligencia. Tenía en la piel un gran signo de interrogación blanco, todo el resto estaba rojo como un cangrejo. Por lo visto se echaba una pizca de crema en la mano, trazaba una S sobre mi espalda y listo. Yo me daba cuenta de que lo hacía muy deprisa.