Tiene la palma grande. Como si generaciones de campesinos se hubieran dado cita en sus manos. Son fuertes, como eran las de su madre, y dejan ver venas claras, duras, casi violentas. No le gustan las manos pequeñas y suaves. O las que la gente deja caer cuando ella busca estrechar, apretar. Hay manos que se escurren. Y a pesar de eso no hubo campesinos en la historia materna. Tenían prohibido trabajar la tierra. Nada que propiciara las raíces, ni la voz sedentaria que habla junto al fuego. Pero sostenían el mundo y su destino cada vez que cambiaban la hoja del Libro.