Un día se hizo la luz, o todo se oscureció. Las palabras brotaban desbocadas e incontrolables sobre el papel. Entonces me di cuenta de que no había inventado al personaje, sino que yo era su instrumento. Un soplo gélido me envolvió, paralizado por el temor, confundido y avergonzado. Mi mente oscilaba entre la negación y la humillación. De escritor de ficción a taquígrafo es una caída demasiado abrupta, aun para el ego mejor entrenado.
Esa es la verdadera historia de este libro. No sé si Elmer alguna vez existió como ser humano, si su espíritu es varón o mujer, o simplemente no tiene sexo. Tampoco puedo saber si es un ser individual o una energía del universo que necesitaba un canal para bajar sus mensajes. Mucho menos puedo saber si estos son sus últimos cuentos y si volverá a usarme como interfase.
Santa Marta fue testigo de la resurrección de su hermano Lázaro. Walt Disney pidió ser congelado para estar en la pole position la próxima vez que suene «Levántate y anda». Quizá mañana, caminando por el Aventura Mall, de Miami, me cruce con alguien y me diga: “Hola, yo soy Elmer”.