Luego, y mucho más tarde, la humanidad de un individuo se define por la triple posibilidad conjunta de una conciencia de sí, una conciencia de los otros y una conciencia del mundo, con las posibilidades resultantes de las interacciones entre sí mismo y sí mismo, entre sí mismo y el otro, entre sí mismo y lo real. El que ignora quién es, quién es el otro y qué es el mundo está fuera de la humanidad aunque esté vivo. Pero lo que antecede a la humanidad y lo que la sigue no manifiestan la misma carga ontológica: el embrión neutro pesa mucho menos que el cadáver lleno de recuerdos, afectos e historia.
Más acá y más allá de lo humano, todas las operaciones humanas se encuentran ontológicamente justificadas y legitimadas. Al comienzo de la vida: la selección genética, la investigación de embriones, su clasificación, la contracepción, el aborto y la transgénesis; al final, en caso de muerte cerebral confirmada, de vida mantenida por medios artificiales, de un coma que, según se pueda comprobar, ha durado demasiado: la eutanasia y la extracción de órganos.