Era una chiquilla equilibrada que disimulaba muy bien sus heridas.
Aunque lo hiciera sin premeditación alguna, le venía bien no tener ningún amigo de verdad. Había observado las costumbres de las de esa calaña: confiarse, ir a dormir los unos a casa de los otros, a veces incluso llegar a llorar en brazos del elegido. A Diane le gustaban tanto menos esas prácticas por cuanto no podía permitírselas. ¿Cómo habría podido confesarle a nadie su secreto?