—No la creas.
El mundo entero se cierra a mí alrededor como un parpado por un momento, todo se vuelve oscuro.
Me caigo. Tengo los oídos llenos de ruido; una fuerza ha tirado de mí para meterme en un túnel, en un lugar de caos y de presión. Mi cabeza está a punto de estallar.
Ha cambiado. Esta mucho más delgado y tiene una cicatriz que baja desde la ceja hasta la mandíbula. En el cuello, justo detrás del oído izquierdo, un pequeño número tatuado se curva en torno a la cicatriz de tres puntas que me llevo creer, durante mucho tiempo, que se había curado. Sus ojos, que antes tenía un tono dulce como caramelo fundido, como almíbar, se han endurecido. Ahora son fríos, impenetrables.