Mis batallas con Stanley alcanzaron por fin su punto culminante ese mismo día. El asunto de la escena crucial en la que un Espartaco apresado y los soldados que todavía lo acompañan están encadenados, a la espera de su destino. Envié una nota a Stanley con lo que yo pensaba que era una buena idea para representar la lealtad del ejército de esclavos a su dirigente:
La batalla ha terminado y en un barranco próximo al campo de batalla, todos los prisioneros están cercados; buena parte de ellos ya están encadenados y sentados, a la espera de la inminente decisión. Están abatidos; hay mucho bullicio de soldados romanos, generales a caballo, carretas tiradas por mulas cargadas de cadenas para los prisioneros…
A cierta distancia, en una loma, se encuentra el noble Craso sobre su caballo blanco. Está inspeccionando a la congregación de prisioneros…, a su lado se encuentra uno de sus generales. A una señal de Craso, su subordinado se acerca a ellos con un grupo de esclavos.
En voz alta, proclama que aquel que identifique el cuerpo vivo o muerto de Espartaco será puesto en libertad. De repente, un silencio se cierne sobre los prisioneros. Espartaco se levanta…
Al instante, Antonino se pone de pie y levanta el brazo. «¡Yo soy Espartaco!» David, el judío, lo imita. Uno tras otro, centenares de esclavos se van levantando poco a poco, gritando todos ellos a pleno pulmón: «¡Yo soy Espartaco!».
Craso permanece al margen, contemplando esta pantomima de victoria por parte de un grupo de hombres condenados. Se da media vuelta sobre su corcel mientras en sus oídos resuena el grito creciente de los esclavos exultantes, que proclaman al unísono «¡Espartaco!», «¡Espartaco!», «¡Espartaco!».
Kubrick no respondió a mi propuesta, lo que no sirvió más que para acrecentar mi irascibilidad.