Después de muchos años de perfeccionamiento, la cámara oscura ha logrado un nivel de desarrollo que sorprende al mundo. A través de un pequeño orificio los videntes pueden avizorar el destino, los defectos de los cuerpos y los procesos de la putrefacción de la carne.
Estos textos reúnen el anhelo de la bitácora enmohecida con la certeza de la palabra. Lovecraft, Poe, Maupassant y otros escritores perdidos en la hojarasca de la memoria nos han regalado versiones distintas de este aparato llamado libro, urdido por un autor llamado Julián Isaza en un anhelo de atentar contra una única víctima: el lector desprevenido, que nunca pensó ser emboscado por la palabra, la obra y la omisión. Nadie sabe si Isaza es el creador de estos cuentos. El otrora cronista aferrado a la verdad y a la tiranía de la realidad nos presenta esta visión delirante, carente de cualquier atisbo de certezas y, sin embargo, portadora de una verdad innegable de hechos y de virtud.