La Última Tentación

Has dicho que dos senderos conducen al seno de Dios: el sendero de la razón y el sendero del corazón. ¡Yo tomé el sendero del corazón y te he encontrado!

El tiempo no es un campo que se mida por metros; no es un mar que se mida por millas; es el latido de un corazón.

—No llores, María —continuó la vieja—. Mira a la otra madre, que está allí inmóvil y ve cómo crucifican a su hijo. Mírala y ten valor.

—No lloro sólo por mi hijo, vecina; lloro también por aquella madre.

Pero la vieja, que debía haber sufrido mucho en su vida, sacudió la cabeza casi sin cabellos.

—Más vale ser la madre del crucificador —murmuró— que la del crucificado.

—No son perros. Son almas, chispas de Dios. Dios es un incendio, centurión, y cada alma es una chispa de ese incendio. Hay que respetarla.

Aboliré la Ley de Moisés para imponer una nueva Ley. ¡No iré a buscar a Dios a la cima del Sinaí sino que lo encontraré en mi corazón!».

—¿Por qué lo llevas contigo? ¿Por qué le permites que te siga día y noche? Y cuando le hablas, tu voz es más suave que cuando te diriges a nosotros… ¿por qué?

—Es preciso que así sea, Juan, hermano mío. El necesita más amor.