Ángela Figuera Aymerich (1902–1984) estudió Filosofía y Letras y en 1930 se trasladó con su familia a Madrid, donde trabajó en la enseñanza. En 1933 obtuvo una plaza de catedrático de instituto y se casó. Expulsada al acabar la guerra (lo mismo que su marido) de su plaza de funcionario público, se dedicó durante cerca de diez años a su familia, trabajando luego en la Biblioteca Nacional y en los primeros Bibliobuses y después haciendo traducciones para varias editoriales. Desde muy joven tuvo gran facilidad para escribir, aunque hasta 1948 no apareció su primer libro, “Mujer de barro”, al que siguió “Soria pura” (1949). Se inició en la poesía dentro de una línea que puede considerarse heredera de Antonio Machado por su apego a lo cotidiano y paisajístico. La preocupación por el mundo femenino constituyó una de las marcas temáticas de su obra, aunque alejándose de tópicos e idealizaciones. Posteriormente, la influencia de Gabriel Celaya llevó a Ángela Figuera a la poesía social, en la que se inscribirá el resto de su obra: “Vencida por el ángel” (1950), “El grito inútil” (1952), “Víspera de la vida” (1953), “Los días duros” (1953), “Belleza cruel” (1958), “Toco la tierra” (1962)… El nacimiento de sus nietos Ana y Gabriel le impulsó a escribir, en los últimos años de su vida, dos libros de poemas para niños “Cuentos tontos para niños listos” (1979) y “Canciones para todo el año” (1984). La gran poeta supo encontrar el tono adecuado para interesar a los niños con estos cuentos en verso, entretenidos, chispeantes, llenos de sorpresas: los cuentos “tontos”, “tontísimos” (o no tan tontos) del ciempiés a quien nombraron cartero, del pirata Piratón, de la jirafita que no tenía bufanda, de la sirenita del culito verde, de la brujita que no pudo sacar el carnet, de la gallina Papamoscas, del pulpo enamorado, de las cigüeñas, de Patita Pata y Patico Pato, del oso Peludín y siete niñas, del gato bandolero, y de la rana y el pez…