Adepto de la demonología, la mística, la anormalidad, J.-K. Huysmans se apasionó por el destino del mayor criminal perverso de la época medieval: Gilles de Rais.1 Sin embargo, es a Georges Bataille a quien debemos la primera publicación de los autos del proceso de ese Barba Azul enigmático, cuyos actos prefiguraban la inversión sadiana de la Ley y parecían dar un contenido antropológico a la noción de crimen en cuanto manifestación de una inhumanidad propia del hombre: «El crimen», decía Bataille, «es algo propio de la especie humana, es incluso propio exclusivamente de esta especie, pero, sobre todo, es su aspecto secreto [...]. Gilles de Rais fue un criminal trágico: el principio de la tragedia es el crimen, y aquel criminal fue, quizá más que ningún otro, un personaje de tragedia [...]. El crimen, evidentemente, requiere la noche; sin ella, el crimen no sería el crimen, pero el horror de la noche, por muy profunda que sea, aspira al esplendor del sol.»2