Visto de lejos, este edificio tiene cierta majestuosidad. Se alza en el horizonte, delante de una colina, y a distancia conserva algo de su antiguo esplendor, un aire de palacio real. Pero a medida que nos acercamos, el palacio se convierte en caserón en ruinas. Sus aguilones deteriorados hieren la vista. Hay un no sé qué vergonzoso y empobrecido que ensucia esas regias fachadas; se diría que las paredes tienen la lepra. Ya no hay vidrieras ni cristales en las ventanas, sino macizos barrotes de hierro entrecruzados, y por aquí o por allá puede verse pegado en ellos el rostro macilento de un presidiario o de un loco...
Es la vida vista de cerca.