—Te acostaste conmigo engañado.
Él intentó no reírse, de verdad lo intentó, pero pocos segundos después la cama temblaba con sus carcajadas.
—¿Te hace gracia? —preguntó ella.
Él asintió, sujetándose la barriga, pues su pregunta desató otra ola de carcajadas.
—Me he acostado contigo engañado —repitió, riéndose.
Cecilia frunció el ceño, contrariada.
—Es verdad.
—Tal vez, pero ¿a quién le importa? —Él le dio un empujón amistoso con el codo—. Vamos a casarnos.
—Pero Billie…
Él la agarró de los hombros.
—Por última vez, no quiero casarme con Billie. Quiero casarme contigo.
—Pero…
—Te amo, tontita. Hace años que te amo.
Quizás era demasiado engreído, pero hubiese jurado que oyó cuando a ella se le aceleró el corazón.
—Pero no me conocías —murmuró.
—Te conocía —dijo él. Tomó su mano y la llevó a sus labios—. Te conocía mejor que… —Calló un momento, pues necesitaba ordenar sus pensamientos—. ¿Tienes idea de cuántas veces he leído tus cartas?
Ella negó con la cabeza.
—Cada carta… ¡Dios mío, Cecilia! No tienes ni idea de lo que significaban tus cartas para mí. Ni siquiera estaban dirigidas a mí…
—Sí lo estaban —dijo ella con voz queda.
Él calló y la miró a los ojos, preguntándole en silencio a qué se refería.
—Cada vez que le escribía a Thomas estaba pensando en ti. Yo… —tragó saliva, y aunque la luz era demasiado tenue para verlo, de algún modo él supo que se había ruborizado— siempre me regañaba a mí misma.