Los sociólogos se ocupan del desastre, pero el carnaval lo estudian los antropólogos, que hablan de su carácter liminar. Es decir, que igual que los ritos de iniciación, el carnaval tiene lugar en espacios intermedios, en el intersticio de los estados familiares, prestablecidos. Es un lugar transformador donde las diferencias se reducen y lo común se vuelve relevante, un lugar separado del tiempo ordinario. El antropólogo Victor Turner afirma que los momentos liminares permiten la posibilidad de la communitas, los lazos que se crean cuando las estructuras habituales y las separaciones sobre las que estas se sostienen se vuelven irrelevantes o inexistentes. Las celebraciones carnavalescas comparten con el desastre la turbulencia, la destrucción: la gente que se arroja polvo de colores en India o dulces y caramelos en España o abalorios y baratijas en Nueva Orleans, la muchedumbre que inunda las calles, el desorden, las montañas de basura, los gritos, los bailes, los giros, el correr de un lado para otro, el mezclarse con desconocidos que dejan de serlo momentáneamente; las imágenes grotescas, morbosas, desconcertantes.