inquietud no cedía pero la certeza de lo que había visto sí, se volvió más lejana, y un largo rato después pudo abrir los ojos y verificar eso que apenas la aliviaba: que no había nada en el vidrio.
En las horas siguientes trató de dormir, y cuando no dormía trataba de convencerse de que estaba equivocada, de que había una continuidad entre los sueños, los pensamientos pesimistas de los días anteriores y lo que había visto en la ventanilla. Le costó tomar la decisión de abandonar el asiento para ir al baño. Le temblaron un poco las manos cuando entró y cerró la puerta a sus espaldas, cuando se quedó a solas con el espejo en ese cubículo de plástico, con el rugido bajo sus pies, que no se detenía ni por un segundo y le hacía sentir que las