Al tiempo que somos testigos de que para mucha gente comer es cada vez más difícil, asistimos a, y hacemos parte de, una curiosa moda global de celebrar la comida como una experiencia estética, exótica y turística. Tal preciosismo la ha vuelto una mercancía: privada, despolitizada, puesta fuera de contexto y en apariencia siempre disponible.