A veces te descubres pensando que las cosas siempre han sido así; quiero decir, con el agua llegando hasta el quinto piso de los edificios y las montañas a lo lejos formando la nueva línea de playa. Ten por seguro que en once años la gente ha vuelto a acostumbrarse a veranear y a tomar el sol. El tiempo borra los recuerdos más horribles y, aunque al principio fuesen muy pocos los que elegían la costa como destino de vacaciones, ahora nuevos hoteles se llenan de turistas relucientes. O se organizan visitas en catamarán a los pueblos de los tejados con guías bronceados y sonrientes.
Somos una actividad de aventura.
A Rafa le toca las narices que los terrestres –así los llamamos, aunque en realidad nosotros también seamos terrestres, pero entiéndenos, nos sentimos más peces que otra cosa– vengan en sus barcos con monitores rubios en camiseta de tirantes, describiendo cómo eran antes nuestras casas. A los turistas les encanta. Llegan con sus lanchas y nos miran como si fuésemos animales de zoológico. Algunos quieren hacerse fotos con nosotros.
Es absurdo.
No todo el mundo entiende que hayamos preferido quedarnos aquí, en lugar de irnos tierra adentro como hicieron los demás supervivientes.