Tenía al hombre casi encima. Las manos muertas y sudorosas. Por favor, pensé. Por favor. ¿A quién le hablaba? ¿Al hombre? ¿A Dios? A quien fuera que se encargara de esas cosas.
Y de pronto lo tuve ya delante de mí.
Ah, pensé. Ah. Porque era sólo un hombre normal, inofensivo