Supongamos que tenés un hermano que siempre se llevó mal con la mujer, al final se separa y te avisa que se viene a vivir a tu departamento. O que sos dentista, decidís cambiar de vida, variás por completo tus lugares y tu look y te hacés la cabeza con una chica de una peluquería. O que vas como periodista de rock a un evento en Rosario con un rockero español entre limado y chanta. O que en alguno de esos cuentos crece algo debajo de la pileta de la cocina que no se sabe si es humedad transformada o una especie de “alien”. O que te arreglan los ojos (más o menos). O que te matás trabajando en uno de aquellos clubs de video (¿te acordás?) con un cliente que se llama Jonathan y que por supuesto es raro.
Hace mucho, mucho tiempo Nathaniel Hawthorne se dio cuenta de que bastaba sólo dar un paso a un lado para exponerse “al pavoroso riesgo de perder para siempre tu lugar”. Muchísimo después, ahora, ese riesgo parece más asfixiante que nunca (en el trabajo, en la pareja, con algún amigo específico). Alejandro Güerri cuenta ese tipo de cosas como solo él sabe hacerlo (en primera o tercera persona), como nadie. No es un libro coherente, parejo. Lo empezás a leer y te das cuenta de que te subiste a una montaña rusa. — Elvio E. Gandolfo