Bibliotecas

Mi jerarquía es territorio de la infancia: armar colecciones. La obra completa y las biografías

Hay cierto egoísmo en las estanterías privadas, solo sus dueños saben las contraseñas, sus íntimas justificaciones, sus procesos de selección natural. El tiempo del acopio ha durado lo que dura la vida.

Soy desordenada y quienes ven mis libros pueden sentirse decepcionados, esperaban de mí otra cosa. Yo solo soy obsesiva cuando escribo

Roth decía: «Uno subraya todo lo que dice yo». A veces he subrayado una página completa. ¿Y qué?

Aprendí a releer pasajes difíciles y a seguir perdida, a memorizar las citas que me habían conmovido. Me abastecieron de
ilusiones los años en que no pude nombrar mi tristeza en voz alta.

Yo confundí hacer con tener y puse:

; si ella no había logrado ir a la universidad, su hija nacería con alguna ventaja educativa.

¿Qué pasará si a quienes nos sobreviven y tienen que hacerse cargo de nuestros bienes materiales no les interesan los libros? ¿No es legarles un dolor de cabeza? Un poco sí, seguro, porque tampoco es que una biblioteca sea una pequeña fortuna. Lo es para su dueño, para su dueña, de una manera más que nada simbólica, pero ¿para los demás?

Junto a los libros están mis cuadernos de apuntes. La unión hace la fuerza. No escribo un diario pero esas frases sueltas también me narran.

En la mesa yo pegué la frase que Haroldo Conti tenía en su escritorio: “Este es mi lugar de combate y de aquí no me me moverán”. Y supe cocinar dos libros allí sentada.