No hubo palabras, ni abrazos, ni manifestaciones de emoción. Pero cuando volvían al coche, al pasar frente a una heladería sin clientes, ante el reclamo colorido de los sabores –avellana, turrón, stracciatella, leche merengada, tutti frutti–, el tío comentó para sí: todo lo que le gustaban los helados, a mi pobre Laura, y yo no le dejaba comérselos...