LET’S-PLAY-A-GAME. He cambiado de nombre tantas veces. Fui “Africano” y “negro”, que en español se entiende pero no en inglés. Luego fui “de color”. En los años veinte volví a ser “negro” pero con mayúscula. “Negro”. Sólo que los blancos no pronunciaban nee-grow sino nigrah, que sonaba casi como nigger y tenía que esperar hasta la segunda sílaba para saber si me estaban insultando. Por otra parte, nigger era una deformación de “negro”. ¿Cómo se traduce nigger en italiano? “Negro”. ¿Y cómo se traduce “negro”? “Nero”. Pues eso, que es un follón. A mediados de los sesenta me convertí en black: “Say it loud, I’m black and I’m proud!” En español siempre había sido de ese color, pero en inglés era distinto. Aceptar lo negro de la piel y del pelo, superar el complejo de inferioridad: “es bello ser black ”. Con todo, a veces me llamaba “Afroamericano” o “Africano Americano”. Los blancos ya no tenían idea de cómo tenían que llamarme. Aparte de “nigger”, claro. Tampoco los hermanos, ni siquiera ellos sabían cómo llamarse: los viejos eran “de color”, los de media edad o clase media eran “Negros”, los más jóvenes y militantes eran “blacks” o “Afroamericanos”. Mientras tanto, entre nosotros seguíamos llamándonos nigger, es más, nigga, pero no como cuando lo dice un blanco. O mejor dicho, a veces sí y a veces no. Es un follón, hombre, ya te lo he dicho.
Hoy hay quien me llama “Africano de la diáspora”, o “Africano” y punto. Después de cuatrocientos años, el círculo se cierra.
GREEN MAN. Trane tocaba cada nota de blues como si Dios la llevara en palmas, y pensar que los críticos blancos –y todos los críticos eran blancos– lo llamaban “anti-jazz”. Junto a Miles ya se había lanzado a las improvisaciones modales, a lo Kind of Blue, improvisaban libres de las habituales progresiones de acordes, libres, después Trane formó el cuarteto “clásico”: él al saxo, McCoy Tyner en el piano, Jimmy Garrison al bajo, Elvin Jones en la batería. La mejor máquina musical que jamás haya visto en acción. Al final traspuso las notas, de su saxo salían rebuznos aullidos chillidos mugidos rugidos ladridos, Madre Naturaleza se quitaba de encima la música de los blancos con sus coqueterías de mierda. Nuestra música eran las voces de los babuinos y de los macacos, era un gibón que grita colgado en la rama. El jazz libre.