Para Dios no hay cosas grandes o pequeñas, fáciles o difíciles, posibles o imposibles. Esto se nos hace difícil de entender, porque todo lo que nosotros hemos conocido siempre son las cuatro dimensiones dentro de las cuales nacimos, pero Dios no se halla sujeto a las leyes naturales que él mismo instituyó. Él no tiene principio ni fin. Para el infinito, todas las cosas finitas son iguales. Hasta nuestras oraciones más difíciles son fáciles de responder para el Omnipotente, porque para él no existen los grados de dificultad.