A veces recordaba las palabras de su mujer, que lo había llamado «vicioso de letras» y se reía. Ella le parecía ridícula, se inventaba una adicción que no existía pero le parecía normal, se trataba de una persona que no le interesaba saber más de lo que sabía. Él no se sentía adicto, aunque leyera todas las noches, cuando subía escaleras largas en el metro, mientras caminaba por la calle o en plena comida