Muchas lunas han viajado
desde entonces
mostrando su redonda y blanquísima
opulencia.
Comparé la densidad de tus pupilas
con el envés jamás visto de su cara.
La lobuna materia de tus ojos,
sus luces nocturnas,
el hambre opaca de tu voz,
el roce de tus dedos en los míos
me alteraron.
Apenas pude contener
al cuerpo que, renaciendo,
yo dejaba morir.
Le vedé mostrarte mis orillas,
palpar la fiera consistencia
de tu piel.
Y así agonizó ese encuentro
postergado.