Uno hubiera deseado tanto que el libro continuase y, si eso era imposible, al menos tener otros datos acerca de los personajes, saber ahora alguna cosa de sus vidas, emplear la nuestra en cosas que no fueran del todo extranjeras al amor que ellos nos habían inspirado
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y cuyo objeto de pronto nos faltaba, no haber amado en vano, por una hora, a unos seres que mañana no serían más que un nombre sobre una página olvidada, en un libro sin relación con la vida y sobre cuyo valor nosotros nos habíamos confundido, ya que su destino aquí abajo –no lo comprendemos ahora y nuestros padres nos lo enseñaban desde la necesidad de una frase con desdén– no apuntaba deningún modo a, como nosotros lo habíamos creído, contener el universo, sino más bien a ocupar un lugar bien estrecho en nuestra biblioteca de escribano, entre los fastos sin prestigio del Diario de modas ilustrado y la Geografía de Eureet-Loir.