Para Gruzinski el historiador es un creador, y la materia con la que trabaja no tiene por qué ser ajena a las circunstancias que nos rodean. El historiador tiene que estar siempre en estado de alerta, atento en definitiva al mundo en el que vive, pues en él a veces se encuentra la llave maestra que nos abre las puertas del pasado. Sin embargo, el culto de lo escrito, indica Gruzinski, «ha amordazado durante mucho tiempo a la imagen para convertirla en auxiliar de los textos».