LA MAÑANA
ESTÁ AMANECIENDO, JUANA, amaneciendo el día alto y azul. ¿No sientes que el calor alza la mano para que salgamos? Anda, apresúrate, que este caserón es frío y el coro mañanero de las monjas dice un lamento solitario y viejo que hace siglos busca en vano una respuesta de Dios y me entristece. Mira el sol, ahora se alza sobre el mundo, se tiende manso sobre el césped del jardín y nos espera. Corre, Juana, corre a abrazarlo para que no se escape. Deja atrás a tu sombra y a mí y cuando te canses, apoya el cuerpo contra el tronco del pino, toca la yerba húmeda aún por el rocío y levanta la cara y mira el cielo. No importa que no hables, quizá si yo lo hago, ocurra hoy el milagro. Te conozco, Juana. Te conozco bien desde que viniste al mundo aquel día de agosto. Eras pequeña y feíta como casi todos los recién nacidos; por eso tu madre esperó: