Lo de los reencuentros es una cosa de la televisión. De biombos brillantes que retroceden lentamente al presionar un botón. De color morado, tal vez. Rutilantes, con textura.
Del vozarrón de un presentador que anuncia los nombres. Del apretujón de hombro contra mejillas bajo luces de estudio.
De ese éxtasis radiante, piel con piel, distancia y separación arrasadas por ese instante sin fin.
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Así es en realidad: unos segundos de prácticamente nada, de lento reajuste a una vieja cara conocida.