—Te quiero —farfullo, atropellando las palabras.
Cardan se queda callado. A lo mejor lo he dicho tan rápido que no lo ha entendido.
—No hace falta que lo digas por pena —replica al fin, después de pensárselo mucho—. O por lo de la maldición. En el pasado te pedí que me mintieras, en esta misma habitación, pero te ruego que no lo hagas ahora.