Años de hablar con consejeros no nos habían ayudado en nada. De hecho, cuanto más hablábamos, peor iban las cosas. Lo que tenía que hacer era hablar menos, seguir el consejo de la difunta jueza del Tribunal Supremo Ruth Bader Ginsburg e intentar «ser un poco sordo». Gracias a esa política, RBG y su marido, Martin, disfrutaron de un matrimonio con el que la mayoría de nosotros solo soñamos, de esos que envejecen juntos y nunca se desenamoran. Fueron «cincuenta y seis años de matrimonio sin igual», según lo describió RBG.
Además de ser un poco sordo, también ayuda ser un poco mudo.