Avidez

La noche estaba llena de manos y dedos. La noche llena de urgencias.

Ten cuidado con tu felicidad y la nuestra, pensaba al verte en el umbral de la puerta, llena de dicha, la mochila llena de libros. Guarda bien esa felicidad que nos hace sufrir tanto, murmuraba estremecida detrás de la puerta, con el ojo en la mirilla, y te imaginaba levantando tu dedo universitario y señalando que nuestro sufrimiento (el mío, Aitana, el mío) era una aguda contradicción, una distorsión que habitaba mi cabeza, una forma de neurosis, y dejándome enredada en tus palabras te alejabas a toda carrera hacia el campus.

Solo ahora hemos comprendido (sobre todo yo) que era verdad lo que nos decías: sufríamos porque nos acompañábamos de muertos, porque trabajábamos días y noches con difuntos.

Roberto la llamó desde la cama pero ella seguía reflexionando: hámster era uno de esos sustantivos machos, como animal, como odio, como disparo. Como hombre.

No, no queríamos perder nada, ni la lengua ni una mano ni menos un ojo, ya habíamos perdido kilos, muelas, niñez. Habíamos perdido a papá pero no el hambre.

Con tono arrullador nos contaba de los peces que se reproducían en los océanos ahora que no había barcos interrumpiéndoles el amor o derramándoles petróleo, contaminándoles las aguas.

Mamá abría los estantes como si fueran ventanas nocturnas vacías de estrellas

Guarda bien esa felicidad que nos hace sufrir tanto

Ten cuidado con tu felicidad y la nuestra, pensaba al verte en el umbral de la puerta

hámster era uno de esos sustantivos machos, como animal, como odio, como disparo. Como hombre.