No podía explicarlo con palabras, pero era plenamente consciente de que jamás se cansaría de ese aroma. Si tenía a Léane con él, la vida adquiría otro color. Los matices se tornaban más vibrantes, más luminosos e intensos. Ella pintaba los trazos de felicidad que él, en ocasiones, no sabía cómo dibujar. Y ahora, por primera vez en su vida, estaba convencido de que jamás perdería el norte.