Le doy una fuerte patada al saco de arena que está sujetando Marco, y sonrío al verle perder el equilibrio por el impacto. Tengo mucha más potencia en las piernas que en los brazos, supongo que a la mayoría de mujeres les pasa lo mismo.
Marco mueve el saco hacia arriba y hacia abajo para proporcionarme un objetivo móvil, y golpeo el centro con patadas y puñetazos. Cuando empieza a moverlo de lado a lado y cada vez más rápido, reacciono con una serie de patadas... una frontal con la derecha, dos laterales con la izquierda y una con la derecha, una lateral de ciento ochenta grados, y una a la altura de la cabeza.
–Bien hecho –me dice, antes de empezar a mezclar los movimientos mientras avanza y retrocede.
Reacciono en consecuencia, y añado puñetazos al repertorio. Al cabo de diez minutos, estoy sudorosa y la fuerza de mis golpes va disminuyendo.
–Venga, Sophie.
Respondo con una serie de patadas, que culminan con una lateral de trescientos sesenta grados; el golpe acaba con las fuerzas que me quedaban, pero produce el efecto deseado y Marco trastabilla hacia el lado.
–No está mal para una chica –me dice, sonriente.
No voy a picar el anzuelo. Soy consciente de que mi musculatura no es tan potente como la de un hombre, por lo que tengo que entrenar más duro para ser mejor y más rápida. Después de beberme casi toda mi botella de agua, apoyo las manos en los muslos y bajo la cabeza mientras recupero el aliento.
Marco se me acerca un poco, y toma un trago de su botella. Está cerca, muy cerca. Al mirarlo, me doy cuenta de que apenas ha sudado. Agarro mi toalla, y me seco el sudor de la cara.