«La primera visión de Ludovico:
Me desperté a medianoche sobresaltado, mi almohada estaba humedecida por lágrimas de sangre. Y en una imagen surreal, por una afiebrada convulsión, vi nítidamente cómo bestias infernales se alimentaban de carne humana al compás de los estruendos de bombas entre el humo y el azufre. Comprendí de inmediato que no era un sueño más, ni siquiera una abominable pesadilla.
Esas visiones se volvieron a repetir de mil formas diferentes y mi deber desde ese momento fue poner sobre aviso al mundo entero por lo que estaba a punto de comenzar. Sin comprender que la estupidez no tiene dueño, religión ni fronteras.
Dios ha muerto».