Decirle a Triana que era mentira, que los fantasmas no existían, que su hermana no regresaba para reclamar prendas viejas, que lo de su mamá era una condición médica y no experiencias paranormales, sería el mayor esfuerzo inútil de todos los que hice por mantener la conversación. Si ella creía que la histeria de su madre se debía a los fantasmas, entonces era cierto, yo no tenía derecho a desmentirla.