renunciamos al petróleo, al gas natural y al carbón, prácticamente no quedará nada de nuestra civilización termoindustrial. El transporte, la alimentación, el vestido y la calefacción se vendrán abajo158. El progresivo agotamiento de las diferentes materias primas energéticas se traducirá, por lógica, en reducciones en la renta per cápita, un menor crecimiento económico —habrá que discutir si esto es o no una tragedia—, menguas en la movilidad, cambios en el relieve de la tecnología y, en suma, inestabilidad política159. Para