Se llevó el violín al hombro y alzó el arco. Y tocó.
Zhin yin. Jem le había dicho en una ocasión que eso significaba entender la música, y también un vínculo que era más profundo que la amistad. Jem tocó, y tocó los años de la vida de Will como él los había visto. Tocó los dos niños en la sala de entrenamiento, uno enseñando al otro a lanzar cuchillos, y tocó el ritual de parabatai: el fuego, los votos y las ardientes runas. Tocó dos jóvenes corriendo por las calles de Londres en la oscuridad, parándose para apoyarse en una pared y reír. Tocó el día en la biblioteca cuando Will y él habían bromeado con Tessa sobre patos, y tocó el tren de Yorkshire en el que Jem había dicho que los parabatai debían amarse uno al otro como amaban a su propia alma. Tocó ese amor, y tocó el amor de ambos por Tessa y el de ella por ellos, y tocó a Will diciendo: «En tus ojos siempre he encontrado la gracia». Y tocó las demasiado pocas veces que los había visto desde que se había unido a la Hermandad; los breves encuentros en el Instituto; la vez que un demonio Shax había mordido a Will y casi lo había matado, y Jem había ido desde la Ciudad Silenciosa y se había sentado con él, arriesgándose a ser descubierto y castigado. Y tocó el nacimiento de su primer hijo, y de la ceremonia de protección que habían celebrado para el niño en la Ciudad Silenciosa. Will no había querido que ningún otro Hermano Silencioso la llevara a cabo. Y Jem tocó la forma como se había cubierto el marcado rostro con las manos y se había dado la vuelta cuando descubrió que el nombre del niño era James.
Tocó el amor, la pérdida y los años de silencio, las palabras nunca dichas y los votos no realizados, y todos los espacios entre su corazón y el de ellos; y cuando acabó, y después de dejar el violín en la caja, los ojos de Will estaban cerrados, pero los de Tessa estaban cargados de lágrimas. Jem dejó el arco y fue hacia la cama, mientras se bajaba la capucha, y ella vio sus ojos cerrados y las cicatrices de su rostro. Y él se sentó junto a ellos en la cama y cogió la mano de Will, la que Tessa no sujetaba; los dos miembros del matrimonio oyeron la voz de Jem en la cabeza.
Te sujeto la mano, hermano, para que puedas ir en paz.
Will abrió los ojos, que nunca habían perdido su color azul a lo largo de los años, y miró a Jem y luego a Tessa, y sonrió, y murió, con la cabeza de su mujer sobre el hombro y la mano en la de Jem.