hacían hijos y los dejaban luego como un recuerdo de que su presencia no había sido un sueño o una alucinación colectiva. Era mejor no acostumbrarse a ellos, decía siempre tu madre, era mejor no pensar en ellos porque un día, uno como otro cualquiera, se marchaban. No quedaba rastro de su presencia, ni huella, ni ropa, ni paso por el mundo