Nadie invita a los muertos a pasar, eso se sabe, nadie quiere a las putas muertas cerca, y menos si están descalzas y los pies se les comienzan a pudrir. Las viejas hipócritas como la dueña de la hacienda se fingían santas, pero a la hora de la verdad, cuando tocaba, les daba igual señalar con un dedo a los pies desnudos de una chica asesinada y hablar mal de sus calcañales sucios, o montar un escándalo cuando veían a una muerta en el límite de la propiedad.