El cielo de la selva

El cielo de la selva estaba salpicado de verde

Carajo, cómo duele el hambre de los hijos.

VENDRÁ LA NOCHE Y JUNTO A ELLA EL LATIDO DE LOS grillos. La hacienda se convertirá en un montoncito de nada que la oscuridad se tragará con su boca de monstruo.

Es la más cercana a la muerte y también la más vieja entre tanta juventud, y aunque todos la odian de distinta manera, el miedo es incluso más fuerte que el odio, el miedo es una herramienta que amansa incluso a los niños.

Nunca hablaban de monstruos delante de los adultos porque sabían que ellos eran los peores monstruos del universo

La selva era un dios hambriento como todos los dioses del mundo

Hay costumbres, carajo, que no se le quitan a una de la piel por más absurdas que sean y dios era mi costumbre. Más fiel a mi hábito que al propio dios al que invocaba

el rezo es un consuelo para los vivos y no una canción para los muertos.

En verdad, ¿cuál era la diferencia entre criar hijos para la selva o parirlos en el barrio, debajo de un puente, entre el polvo de la calle y el polvo blanco en tus venas? ¿Cuál era la diferencia entre darle a comer tus hijos a la selva o dárselos a comer a los Cangrejos del mundo? Ninguna.

En la oscuridad solo existe un monstruo y ese es Ifigenia.