Sintió la mano de la madre sobre su hombro y la escuchó suplicar. Santa, así no, carajo, esta es mi casa y aquí mando yo. Era su casa. Era ella la que mandaba. La madre tenía razón, pero Santa no podía escucharla. No ahora. Al amanecer asumiría su culpa, cuando ya Lázaro estuviera a salvo y el mundo volviera a su color original. Entonces pediría perdón. No ahora. Para la selva todo era carne y sangre, para Santa todo es sangre y carne.