Tenía mucho cariño a Copperfield, naturalmente, pero, ahora que ya había escrito dos libros, el pueblo idílico empezaba a borrársele de la cabeza. Ya no podía entrar en Copperfield a voluntad, la puerta estaba cerrada; ella misma la había cerrado, por supuesto, pero ya no podía abrirla otra vez.
–¿Sentirá mucho dejar Silverstream? –preguntó el señor Abbott, comprensivo.
–No –contestó Barbara–; en realidad, creo que no.
–Bien –dijo él sonriendo y frotándose las manos